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Norman L. Geisler

¿SON LOS MILAGROS IMPOSIBLES?


He usado la palabra “milagro” para designar una interferencia en la Naturaleza de un poder sobrenatural.

—C. S. Lewis

EL REGISTRO BÍBLICO está repleto de historias milagrosas. Moisés extendió su mano sobre las aguas y dividió el Mar Rojo. El sol se detuvo en medio del cielo durante un día entero. Eliseo hizo flotar un hacha de hierro sobre el agua. Jesús dio vista a los ciegos, hizo que el cojo caminara y levantó a su amigo Lázaro de entre los muertos. Caminó sobre el agua, convirtió el agua en vino y multiplicó unos pocos panes y algunos pescados en comida para cinco mil personas. Este es el mundo de la Biblia. Es un mundo de eventos inusuales y milagrosos–y un mundo casi totalmente ajeno a la mente moderna.

El mundo científico moderno, por el contrario, es uno natural. Es un mundo en el que los objetos metálicos sólidos más pesados ​​que el agua se hunden, al igual que las personas que pisan el agua. Es un mundo en el que el agua fluye a su propio nivel, pero no forma paredes verticales. Es un mundo donde los muertos permanecen en la tumba y donde los viticultores no pueden llenar sus barriles de vino del grifo de agua; deben esperar a procesos lentos naturales para producir vino a partir de uvas. De hecho, el mundo bíblico y el mundo moderno son mundos aparte. El uno parece mítico y el otro real. El uno parece supersticioso y el otro científico.

Antes de considerar los milagros y la mente moderna, primero debemos investigar el término “milagro.” Como Thomas Huxley ha señalado, “El primer paso en esto, como en todas las otras discusiones, es llegar a una comprensión clara del significado del término empleado. La argumentación acerca de si los milagros son posibles y, si es posible, creíbles, es simplemente golpear el aire hasta que los discursistas hayan acordado lo que significan con la palabra ‘milagro.’”[1]

Los teístas han definido milagros en un sentido débil o fuerte. Siguiendo a Agustín, algunos definen un milagro como “un prodigio que no es contrario a la naturaleza, sino contrario a nuestro conocimiento de la naturaleza.”[2] Otros, siguiendo a Aquino, definen un milagro en el sentido fuerte de un evento que está más allá del poder de la naturaleza para producirlo, que sólo un poder sobrenatural (Dios) puede hacer. Este último sentido es el significado del milagro como se usa en este libro. En resumen, un milagro es una intervención divina en el mundo natural. Es una excepción sobrenatural al curso regular del mundo que no habría ocurrido de otra manera. Como dice Anthony Flew: “Un milagro es algo que nunca habría sucedido si la naturaleza, por así decirlo, hubiese sido dejada a su suerte.”[3] La ley natural describe las regularidades causadas naturalmente; un milagro es una singularidad causada sobrenaturalmente.

Con el fin de ampliar el significado del término "milagro", necesitamos una comprensión inicial de lo que se entiende por ley natural. La ley natural puede ser entendida como la manera usual, ordenada y general que el mundo opera. Se deduce, pues, que un milagro es una forma inusual, irregular y específica en la que Dios actúa en el mundo. Como Sir George Stokes, el famoso físico que descubrió las leyes que ahora llevan su nombre, ha dicho: “Puede ser que el evento que llamamos un milagro no se produjo por la suspensión de las leyes en la operación ordinario, sino por la sobre adición de algo que no está ordinariamente en funcionamiento.”[4] En otras palabras, si se produce un milagro, no sería una violación o contradicción de las leyes ordinarias de causa y efecto, sino más bien un efecto nuevo producido por la introducción de una causa sobrenatural.

Teniendo presente esta definición de milagros, examinaremos a uno de los filósofos más importantes en el debate sobre los milagros de los últimos trescientos años. Lo hacemos con el fin de obtener una mirada más cercana a las razones de por qué es tan difícil para la mayoría de las personas pensantes el mantener una creencia seria en lo sobrenatural. Una de las razones de esta dificultad emana de la filosofía del famoso filósofo judío del siglo XVII Benedict Spinoza (1632-1677). Argumentando desde una perspectiva fuertemente deductiva, este pensador judío holandés no dudó en pronunciar la creencia en los milagros como absurdo.

Argumento de Spinoza para la Imposibilidad de los Milagros

Spinoza fue uno de los primeros racionalistas, un genial y brillante filósofo que desarrolló una forma completa de panteísmo que excluye los milagros. Spinoza, un amolador de lentes de comercio, era tan original y poco ortodoxo en su pensamiento que sus opiniones le hicieron expulsar de la sinagoga judía cuando tenía sólo veinticuatro años de edad. Spinoza creía que sólo podía haber una sustancia infinita, y que, por lo tanto, el universo era increado. En otras palabras, Dios es idéntico al universo. No pudo haberlo creado, porque es de su esencia. Dios no es trascendente; Él no está más allá o es “otro” que la creación. Esto significa, entonces, que la creatividad de Dios no es más que la actividad de la naturaleza. Los milagros, por lo tanto, son imposibles. Porque si Dios (lo sobrenatural) es idéntico a la naturaleza, entonces se deduce que no hay intervención sobrenatural en la naturaleza ya que nada hay más allá de esta.

El Carácter del Argumento de Spinoza

Spinoza declara que “nada… sucede en la naturaleza en contravención a sus leyes universales, no, todo concuerda con ellas y las sigue, porque… ella mantiene un orden fijo e inmutable.” De hecho, “un milagro, ya sea en contravención a, o más allá, de la naturaleza, es un mero absurdo.” Spinoza es dogmático cuando se trata de la imposibilidad de los milagros. Él proclama sin vergüenza que “Podemos, entonces, estar absolutamente seguros de que todo evento que es verdaderamente descrito en la Escritura necesariamente sucedió, como todo lo demás, de acuerdo con las leyes naturales.”[5]

El argumento de Spinoza contra los milagros puede ser reducido a algunas premisas básicas:

  1. Los milagros son violaciones de las leyes naturales.

  2. Las leyes naturales son inmutables.

  3. Es imposible violar leyes inmutables.

  4. Por lo tanto, los milagros son imposibles.

La segunda premisa es la clave del argumento de Spinoza. La naturaleza “mantiene un orden fijo e inmutable.”[6] Todo “necesariamente sucede… de acuerdo con las leyes naturales.”[7] Spinoza cree que “nada sucede en la naturaleza en contravención a las leyes universales [de su naturaleza].”[8] Creer lo contrario “es un mero absurdo.”[9]

Para apreciar lo que quiere decir Spinoza, debemos reconocer que fue un racionalista que trató de construir su filosofía sobre el modelo de la geometría de Euclides. Creía que debemos aceptar como verdad solamente lo que es auto-evidente o lo que es reducible a lo auto-evidente. Al igual que su contemporáneo francés, René Descartes, Spinoza argumentó de manera geométrica desde axiomas hasta conclusiones contenidas en estos axiomas. Spinoza vivió en una época cada vez más impresionada por el orden del universo físico. Debido a esto era axiomático para Spinoza que las leyes naturales son inmutables.

La Consecuencia del Argumento de Spinoza

El racionalismo de Spinoza tiene consecuencias de largo alcance para cualquiera que crea en eventos milagrosos o revelaciones sobrenaturales. De hecho, debido a esto, Spinoza se convirtió en uno de los primeros pensadores modernos en participar en una alta crítica sistemática de la Biblia. Su Tratado Teológico-Político (1670), ampliamente difundido a finales del siglo XVII, era principalmente un comentario crítico sobre la Biblia.

Primero, el racionalismo naturalista de Spinoza le lleva a concluir que, puesto que “hay muchos pasajes en el Pentateuco que Moisés no pudo haber escrito, se deduce que la creencia de que Moisés fue el autor del Pentateuco no está fundada e incluso es irracional.” ¿Quién escribió los primeros cinco libros del Antiguo Testamento? La misma persona, dice Spinoza, que escribió el resto del Antiguo Testamento–Esdras el escriba.[10]

Segundo, Spinoza rechaza los relatos de la resurrección en los Evangelios. En cuanto al cristianismo, señala que “los apóstoles que vinieron después de Cristo, lo predicaron a todos los hombres como una religión universal únicamente en virtud de la Pasión de Cristo.” En otras palabras, Spinoza reduce al cristianismo a una religión mística, no proposicional, una religión sin fundamentos. El cristianismo ortodoxo ha sostenido, desde Pablo (ver 1 Corintios 15:1-14), que aparte de la verdad de la resurrección de Cristo, el cristianismo es una religión sin esperanza.

Tercero, para Spinoza, la Escritura simplemente “contiene la palabra de Dios.” En opinión de Spinoza, es falso decir, como lo hacen los cristianos ortodoxos, que la Biblia es la Palabra de Dios. Más bien, las partes de la Biblia que contienen la palabra de Dios son conocidas por ser tales porque la moralidad contenida en ellas se ajusta a una ley natural conocida por la razón humana.

Cuarto, Spinoza niega categóricamente todos los milagros en la Biblia. Él elogia “a cualquiera que busque las verdaderas causas de los milagros y se esfuerza por entender los fenómenos naturales como un ser inteligente.” No sólo concluye que “todo evento… en la Escritura sucedió necesariamente, como todo lo demás, según las leyes naturales,” sino que la misma Escritura “hace la aserción general en varios pasajes que el curso de la naturaleza es fijo e inmutable.”

Finalmente, Spinoza sostiene que los profetas no hablaban de una “revelación” sobrenatural. Además, “los modos de expresión y discurso adoptados por los apóstoles en las epístolas muestran muy claramente que éstos no fueron escritos por revelación y mandamiento divino, sino solamente por los poderes naturales y el juicio de los autores.”[11]

No todos estarían de acuerdo con las bases racionalistas de Spinoza para rechazar los milagros. Sin embargo, el espíritu de su antisobrenaturalismo y de la crítica general de la Biblia es, sin embargo, ampliamente extendidos hoy por los eruditos cristianos seculares y liberales.

Una Evaluación del Argumento de Spinoza

El ataque de Spinoza a los milagros descansa sobre tres fundamentos: su racionalismo euclidiano, su visión determinista de las leyes naturales y su visión de la naturaleza de Dios. Los tres fundamentos han sido objeto de serias críticas y, como veremos, cada una de ellas cae muy en corto como un argumento definitivo contra los milagros.

La Baraja Deductiva de Spinoza Está Apilada

El racionalismo euclidiano (deductivo) de Spinoza sufre de un caso agudo de petitio principii (excusando la cuestión). Pues, como David Hume señala, cualquier cosa válidamente deducible de premisas debe haber estado ya presente en esas premisas desde el principio. Pero si lo antisobrenatural ya está presupuestado en las premisas racionalistas de Spinoza, entonces no es sorprendente descubrirlo atacando los milagros de la Biblia.

Lo que realmente está en juego es la verdad de las premisas racionalistas para las que Spinoza no ha proporcionado ningún argumento convincente, ni siquiera una persuasiva para la mayoría de los otros naturalistas. En otras palabras, una vez que definimos las leyes naturales como “fijas,” “inmutables” e “incambiables,” entonces es irracional decir que ocurrió un milagro. ¿Cómo puede romper algo inquebrantable?

El Dios de Spinoza y la Ciencia Moderna

La visión de Dios de Spinoza es panteísta. Dios y el universo son de una sustancia; Dios es coincidente con la naturaleza. Por lo tanto, un milagro como un acto de un Dios más allá de la naturaleza no puede ocurrir. De hecho, los milagros como intervenciones sobrenaturales sólo son posibles en un universo teísta. Por lo tanto, los científicos quieren razones para creer que existe un Dios teísta antes de que puedan creer que hay alguna evidencia de milagros. En el concepto monásticamente hermético de la naturaleza de Spinoza (=Dios), simplemente no hay lugar para los milagros.

La creencia de Albert Einstein en el Dios de Spinoza dio lugar a una de las historias más fascinantes de la ciencia moderna. El muy respetado astrofísico Robert Jastrow habla de la renuencia de los científicos a concluir que el universo surgió con un “Big Bang” algunos supuestos miles de millones de años atrás. Jastrow ofrece varias líneas de evidencia científica que apoyan un principio del universo: el hecho de que el universo se está agotando (y por lo tanto no puede ser eterno), la teoría de la relatividad de Einstein y el hecho de que el universo se está expandiendo desde su explosión original (incluso la radiación “eco” de la explosión original había sido supuestamente descubierta). El descubrimiento de la radiación “eco,” escribe Jastrow, “ha convencido casi hasta el último dudoso Tomás.”[12] En relación con esto, continúa, “los teólogos están generalmente encantados con la prueba de que el universo tuvo un comienzo, pero los astrónomos están curiosamente perturbados.”[13]

Un ejemplo notable de cómo los científicos se molestan en estos hallazgos es el caso de Einstein. Einstein desarrolló la teoría general de la relatividad, pero no pudo observar que un universo en expansión siguió como una conclusión de su propia teoría. El matemático ruso Alexander Friedmann señaló que el fracaso de Einstein en concluir que el universo tuvo un comienzo surgió porque “había cometido un error de un colegial en el álgebra.”[14] ¡En efecto, él había dividido por cero! ¿Qué hizo el genio científico Einstein cuando Friedmann señaló su error? ¡Defendió su tesis mediante una “prueba” que contenía otro error! Eventualmente, Einstein reconoció su error y escribió: “Mi objeción descansaba en un error de cálculo. Considero que los resultados del Sr. Friedmann son correctos e ilustrativos.”[15] Sin embargo, “esta circunstancia [de un universo en expansión] me irritó.” En otro lugar dijo: “Admitir tales posibilidades parece insensato.”[16]

¿Por qué un hombre con una mente matemática tan brillante consideraría “insensata” la visión de que el universo tenía un comienzo? ¿Y cómo estaba “irritado” en hacer un simple error matemático? Parte de la respuesta, dice Jastrow, radica en la concepción filosófica de Einstein de Dios y el universo. En 1921, un rabino envió a Einstein un telegrama preguntando: “¿Crees en Dios?,” a lo que Einstein respondió: “Creo en el Dios de Spinoza, que se revela en la armonía ordenada de lo que existe.”[17] Esto explica por qué Einstein no podía creer en un principio sobrenatural del universo. Como hemos visto, Spinoza fue un racionalista para quien la esencia de Dios se equipara con el universo y para quien el universo es eterno y opera sólo de acuerdo con la ley natural uniforme.

Hoy tenemos evidencia científica de que el universo es de edad finita, que tuvo un comienzo. Por lo tanto, para las mentes racionales la creación parecería ser la única alternativa. ¿Por qué? Como señala William James: “De la nada al ser no existe puente lógico.”[18] No tiene sentido decir, con C. F. von Weizsacker, que todas las cosas han venido de “la nada embarazada con el ser,”[19] ya que “nada” significa no ser. En vista de la creciente evidencia, el físico británico Edmund Whittaker concluye que “es más sencillo postular la creación ex nihilo–la voluntad divina que constituye la Naturaleza desde la nada.”[20]

Algunos han sugerido un proceso de rebote en curso para siempre, pero hay varios problemas con esta teoría. Primero, Jastrow señala que la creación (a partir de nada) de átomos de hidrógeno frescos es necesaria para el proceso de “rebote.” Pero contrariamente al propio agnosticismo de Jastrow sobre cómo esto ocurrió, esto requeriría postular a un Dios para crearlos (la nada no puede producir algo). Segundo, otros apuntan a la imposibilidad de tener una serie infinita actual de eventos (de “rebotes") en retroceso, ya que no importa cuántos hubieran, uno más podría añadirse siempre. Son posibles series infinitas potenciales o abstractas (matemáticas), pero no actuales, concretas. Finalmente, independientemente de si una serie infinita de momentos es posible, un universo “rebotando” en rebotes aparentemente interminables es una violación de la firmemente establecida Segunda Ley de la Termodinámica. Porque en un sistema cerrado, aislado, como el universo en su conjunto es por definición, siempre hay una pérdida de energía utilizable cada vez que hay un colapso o rebote. Si el universo está rebotando, tomaría más tiempo para desgastarse, pero ningún “rebote” iría tan lejos cada vez. Así que no importa que, eventualmente sería así de todos modos. Por lo tanto, parece que el universo se agotaría de todos modos, sólo tomaría más tiempo.[21]

A pesar de la fuerte evidencia científica de un único punto de inicio para el universo, muchos científicos se resisten fuertemente a esta conclusión. En 1931 Sir Arthur Stanley Eddington escribió: “El universo en expansión es absurdo… increíble… me deja frío.”[22] Más recientemente, Phillip Morrison, del MIT, dijo: “Me resulta difícil aceptar la teoría del Big Bang; me gustaría rechazarla.”[23] Incluso Allan Sandage del Observatorio Palomar dijo una vez: “Es una conclusión tan extraña… Realmente no puede ser verdadera.”[24] A pesar de su anterior reconocimiento de la fuerte evidencia del origen del universo en el Big Bang, incluso Stephen Hawking está buscando alternativas.[25]

Pero, como observa Jastrow, los científicos están siendo molestados por sus propios descubrimientos científicos. Concluye su libro con estas vivas palabras: “Para el científico que ha vivido por su fe en el poder del raciocinio, el final del relato es como una pesadilla. Él ha escalado las montañas de la ignorancia; está a punto de vencer el pico más encumbrado; al momento de arrastrarse con esfuerzo sobre la última roca, lo saluda un grupo de teólogos que por siglos ha estado sentado allí.”[26]

La filosofía y ciencia moderna, desde antes de la llamada Ilustración, ponen serias dudas sobre la creencia tradicional en los milagros. Spinoza era un líder en el ataque. Pero cuando sus argumentos son examinados con detenimiento, se les encuentran faltosos, tanto a la luz de sus presupuestos filosóficos como a la luz de los hallazgos de la ciencia contemporánea.

El argumento de Spinoza fracasa porque, en primer lugar, excusa la cuestión definiendo los milagros como imposibles desde el comienzo, es decir, como una violación de leyes naturales inquebrantables. Lo que Spinoza necesitaba hacer, pero no lo hacía, era proporcionar algún argumento sólido para sus presuposiciones racionalistas. En resumen, su razonamiento es geométrico, pero sus “axiomas” racionales son erróneos. Los hace girar en el aire delgado de la especulación racional, pero nunca están firmemente unidos a la firme base de la observación empírica.

En segundo lugar, el concepto de Spinoza de la ley natural como sistema determinista es autodestructivo. Si todo está determinado, también la visión de que el determinismo es incorrecto. Pero el determinismo no puede ser verdadero y falso a la vez. Así, la base de Spinoza para el antisobrenaturalismo es infundada, y los milagros no pueden ser declarados imposibles.

Finalmente, la evidencia ha montado para un comienzo único del universo espacio-tiempo. Si esto es así, entonces el comienzo del universo sería un excelente ejemplo de un milagro. ¿Qué otra cosa podríamos llamar a algo que surge de la nada? Además, concluir que el universo tuvo un comienzo proporciona un golpe devastador al concepto de Dios de Spinoza, y pone en tela de juicio la visión naturalista de que ningún Dios existe más allá del mundo natural. En lugar de argumentar contra los milagros, la ciencia puede estar regresando (aunque reluctante) a lo sobrenatural.

Fuentes

1.- Thomas Huxley, The Works of T. H. Huxley (New York: Appleton, 1896), p. 153. (Las Obras de T. H. Huxtley) 2.- Agustín, La Ciudad de Dios, 21.8. 3.- Antony Flew, "Miracles," en The Encyclopedia of Philosophy, ed. Paul Edwards (New York: Macmillan, 1967), 5:346. (La Enciclopedia de Filosofía) 4.- Citado se cita en el International Standard Bible Encyclopedia (Grand Rapids: Eerdmans, 1939), 2063. (Enciclopedia Internacional Estándar de la Biblia) 5.- Benedict Spinoza, A Theologico-Political Treatise, trad. R. H. M. Elwes (New York: Dover, 1951), 1:83, 87, 92. (Tratado Teológico-Político) 6.- Ibid., . 83. 7.- Ibid., 92, énfasis añadido. 8.- Ibid., 83. 9.- Ibid., 87. 10.- Ibid., 129-130. 11.- Ibid., 159. Spinoza a veces habla de los profetas hablando por "revelación," pero lo define como "poder extraordinario... [de] la imaginación" (Ibid., 24). 12.- Robert Jastrow, God and the Astronomers (NY: Norton, 1978), p. 15. (Dios y los Astrónomos) 13.- Ibid., 16. 14.- Ibid., 25. 15.- Ibid., 27. 16.- Ibid., 28. 17.- Ibid. 18.- William James, Some Problems of Philosophy (NY: Longmans, Green, 1911), p. 40. (Algunos Problemas de la Filosofía) 19.- C. F. von Weizsacker, The Relevance of Science (New York: Harper and Row, 1964), p. 36. (La Relevancia de la Ciencia) 20.- Jastrow, God and the Astronomers, p. 111-12. (Dios y los Astrónomos) 21.- Ver William Lane Craig, The Kalam Cosmological Argument (New York: Macmillan, 1923), pte. 2. (El Argumento Cosmológico Kalam) 22.- Ibid., 112. 23.- Ibid., 113. 24.- Ibid. 25.- Ver Stephen Hawking, A Brief History of Time (New York: Bantam, 1988). (Una Breve Historia del Tiempo) 26.- Jastrow, God and the Astronomers, p. 116. (Dios y los Astrónomos)

(Título Original: "Are Miracles Impossible?." Extraído y Traducido del capítulo 1 del libro Miracles and the Modern Mind. A Defense of Biblical Miracles, de Norman L. Geisler)

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