Cinco pruebas de la existencia de Dios son formuladas en la Suma Teológica y cuatro en la Suma contra los Gentiles.[1] En las dos Sumas, las demostraciones son esencialmente las mismas; pero el modo de su exposición varía. En general, las pruebas de la Suma Teológica se presentan bajo una forma muy sucinta y simplificada (no olvidemos que estaba dirigida a los principiantes Sum. Teol. Prolog.); también abordan el problema en su aspecto más metafísico. En la Suma contra los Gentiles, por el contrario, las demostraciones filosóficas están minuciosamente desarrolladas; puede añadirse, también, que abordan el problema bajo un aspecto más físico y que apelan con más frecuencia a la experiencia sensible. Aquí consideramos sucesivamente cada prueba en ambas exposiciones.
1. Prueba por el movimiento
Aunque, según Santo Tomás de Aquino, las cinco demostraciones de la existencia de Dios que él aporta son todas concluyentes, sus diversos fundamentos son igualmente fáciles de aprehender. La que se funda en la consideración del movimiento aventaja, desde este punto de vista a las otras cuatro.2 Por esta razón Santo Tomás se esfuerza en esclarecerla completamente y quiere demostrar hasta sus menores proposiciones.
El primitivo origen de la demostración se encuentra en Aristóteles;[3] permanecerá ignorado tanto tiempo como la misma física aristotélica, es decir, hasta el fin del siglo XII. Si se considera como característico de esta prueba el hecho de que toma su punto de partida en la consideración del movimiento cósmico y que funda el principio de que nada se mueve por sí mismo en los conceptos de acto y potencia,[4] puede decirse que reaparece por primera vez en Adelardo de Bath. Su forma completa se encuentra en Alberto Magno, el cual la presenta como una adición a las pruebas de Pedro Lombardo y se inspira, sin duda, en Maimónides.[5]
La Suma Teológica expone la demostración en la forma siguiente: es cierto, y nosotros lo constatamos por los sentidos, que existe movimiento en el mundo. Ahora bien, todo lo que se mueve es movido por otra cosa. En efecto, nada se mueve sino en tanto que está en potencia respecto de aquello hacia lo que se mueve; y, por el contrario nada mueve sino en tanto que está en acto. Pero una cosa no puede ser llevada de la potencia al acto sino por un ser en acto; así ocurre con el calor en acto, por ejemplo, el fuego, que hace caliente en acto a la madera, que no lo era sino en potencia, y, al hacerla, la mueve y la altera. Es, pues, imposible que, una cosa sea, del mismo modo y bajo el mismo respecto, motriz y movida, en acto y en potencia. Así, el calor en acto no puede ser al mismo tiempo frío en acto, sino en potencia solamente. Es, pues, imposible que una cosa sea, de la misma manera y bajo el mismo respecto, motriz y movida, es decir, que se mueva a sí misma. Por lo cual vemos que todo lo que se mueve es movido por otro. Si, por otra parte, aquello por lo que algo se mueve está, asimismo, en movimiento, significa que, a su vez, es movido por otro motor, que es movido por otro y así sucesivamente. Pero en esta serie no podemos remontarnos al infinito, pues, entonces, no habría en ella un primer motor ni, en consecuencia, ningún otro motor, ya que un segundo motor no mueve sino en tanto que le mueve el primero, de igual modo a como el bastón no mueve sino porque la mano le imprime el movimiento. Para explicar el movimiento es necesario remontarse a un primer motor inmóvil, es decir, a Dios.[6]
Se ha señalado el carácter general que reviste aquí la idea de movimiento;[7] está reducido a las nociones de potencia y de acto, nociones trascendentales que dividen todo el ser. Lo que en la Suma Teológica fundamenta toda la prueba, en la Suma contra los Gentiles[8] no es presentado sino como uno de los posibles fundamentos de la misma; y esta misma prueba se presenta allí de dos formas: directa e indirecta.
La prueba directa propuesta por Aristóteles puede resumirse así:[9] todo lo que se mueve es movido por otro. Ahora bien, cae bajo los sentidos que existe movimiento, por ejemplo el movimiento solar. Pues el sol se mueve porque alguna cosa lo mueve. Pero lo que lo mueve es movido o no lo es. Si no lo es, mantenemos nuestra conclusión, a saber, la necesidad de establecer un motor inmóvil que llamamos Dios. Si es movido es que otro motor lo mueve. Así, pues, es preciso o remontarse al infinito o establecer la existencia de un motor inmóvil; ahora bien, no se puede remontar al infinito; es, pues, necesario establecer la existencia de un motor inmóvil.
En esta prueba hay dos proposiciones que es necesario probar: que toda cosa es movida por alguna otra y que no se puede remontar al infinito en la serie de las cosas que mueven y son movidas.
Aristóteles prueba la primera proposición con tres argumentos. He aquí el primero, que supone a su vez tres hipótesis. En primer lugar, para que una cosa se mueva es preciso que tenga en sí el principio de su movimiento, sin el cual sería movida, de modo manifiesto, por alguna otra. La segunda es que esta cosa se mueve inmediatamente, es decir, que se mueve en razón de toda ella y no por razón de una de sus partes, de igual modo a como el animal se mueve por el movimiento de su pie; en este caso no puede decirse que el todo se mueva, sino que sólo una parte del todo mueve a otra. La tercera consiste en que esta cosa sea divisible y posea partes, ya que, según Aristóteles, todo lo que se mueve es divisible. Establecido esto, podemos demostrar que nada se mueve a sí mismo. Lo que se supone que se mueve a sí mismo, se mueve inmediatamente, por lo cual el reposo de una de sus partes entraña el reposo del todo.[10] En efecto, si permaneciendo una parte en reposo, la otra se moviera, ya no sería el mismo todo el que se movería inmediatamente, sino la parte que estuviera en movimiento, en tanto que la otra estaría en reposo. Ahora bien, nada de aquello, cuyo reposo depende del reposo de otro, se mueve a sí mismo. En efecto, si el reposo de una cosa depende del reposo de otra, es necesario que su movimiento dependa del movimiento de otra y, en consecuencia, ella no se mueve a sí misma. Y puesto que lo que se establecía como moviéndose a sí mismo no se mueve a sí mismo, es absolutamente necesario que todo lo que se mueve sea movido por otro.[11] La segunda demostración que Aristóteles propone de este principio es una inducción.[12] Todo lo que se mueve por accidente no se mueve por sí mismo; su movimiento depende, en efecto, del movimiento de otro. Esto es aún más evidente en todo lo que sufre un movimiento violento y también en todo lo que se mueve por una naturaleza y encierra en sí el principio de su movimiento, como los animales que se mueven por su propia alma, y, en último término, en todo lo que se mueve naturalmente sin tener en sí el principio de su movimiento; tal es el caso de los cuerpos pesados o ligeros que son movidos por su lugar de origen. Ahora bien, todo lo que se mueve lo es por sí o por accidente. Si lo es por accidente, no se mueve a sí mismo; si lo es por sí, se mueve o por violencia o por naturaleza; y si lo es por naturaleza, se trata de su propia naturaleza, como el animal, o por algún otro, como el cuerpo pesado y el ligero. Así pues, todo lo que se mueve es movido por otro.
La tercera prueba de Aristóteles es la siguiente:[13] ninguna cosa está a la vez en potencia y en acto bajo el mismo respecto. Pero toda cosa está en potencia en tanto que es movida, pues el movimiento es el acto de lo que está en potencia en tanto que está en potencia. Ahora bien, todo lo que mueve, en tanto que mueve, está en acto, ya que nada obra sino en tanto que está en acto. Así pues, nada es a la vez y bajo un mismo aspecto, motor en acto y movido; y, en consecuencia, nada se mueve a sí mismo.
Hay que probar todavía la segunda proposición, a saber, que es imposible remontarse al infinito en la serie de cosas que mueven y que son movidas. Con respecto a ello se pueden encontrar, en Aristóteles, tres razones.
La primera es la siguiente:[14] si nos remontamos al infinito en la serie de cosas que mueven y de las que son movidas, es necesario que establezcamos una infinidad de cuerpos, pues todo lo que se mueve es divisible y, en consecuencia, es un cuerpo. No obstante, todo cuerpo que mueve y que es movido se encuentra en la situación de movido al mismo tiempo que mueve. Así pues, toda esta infinidad de cuerpos que se mueven en cuanto movidos, deben moverse simultáneamente cuando uno de ellos se mueve. Pero puesto que cada uno de ellos, tomado en sí mismo, es finito, debe moverse en un tiempo finito y, por consiguiente, la infinidad de cuerpos que deben moverse al mismo tiempo que él, deberá hacerlo en un tiempo finito. Pero esto, es imposible. Luego es imposible remontarse al infinito en la serie de cosas que mueven y son movidas.
Por otra parte, lo que Aristóteles prueba de este modo es que resulta imposible que una infinidad de cuerpos se mueva en un tiempo finito. Lo que mueve y lo que es movido deben estar juntos, como puede demostrarse por inducción, recorriendo todas las especies de movimiento. Pero los cuerpos no pueden estar juntos más que por continuidad o contigüidad. Por consiguiente, ya que todas las cosas motrices y movidas son necesariamente cuerpos, es preciso que constituyan como un único móvil cuyas partes estarían en continuidad o contigüidad.[15] Y de este modo, un solo infinito deberá moverse en un tiempo finito, lo que Aristóteles ha probado que es imposible.[16]
La segunda razón que prueba la imposibilidad de un proceso al infinito es la siguiente.[17] Cuando una serie de motores y de móviles están ordenados, es decir, cuando forman una serie en la que cada uno mueve al siguiente, resulta inevitable que, si el primer motor desaparece o cesa de mover, ninguno de los siguientes sea en adelante ni motor ni movido; en efecto, es el primer motor el que confiere a todos los otros la facultad de mover. No obstante, si tenemos una serie infinita de motores y móviles, no habrá en ella primer motor y todos jugarán el papel de motores intermedios. Por consiguiente, al faltar la acción de un primer motor nada se moverá, y no habrá en el mundo ningún movimiento.
La tercera razón viene a ser la anterior, con la excepción de que el orden de los términos está invertido. Comenzamos por el término superior y razonamos así. La causa motriz instrumental no puede mover a no ser que exista alguna causa motriz principal; pero si ascendemos al infinito en la serie de motores y móviles, todo será, a la vez, motor y movido; no habrá causa motriz principal, no habrá movimiento en el mundo. A menos que se vea el hacha o la sierra construir sin la acción del carpintero.
De este modo, pueden considerarse probadas las dos proposiciones que encontramos en la base de la primera demostración por la que Aristóteles establece la existencia de un motor inmóvil.
La misma conclusión puede establecerse también por una vía indirecta, es decir, estableciendo que la proposición «todo lo que mueve es movido», no es una proposición necesaria.[18] Si todo lo que mueve es movido, y si esta proposición es verdadera de modo accidental, entonces no es necesaria. Resulta, pues, posible que, entre todas las cosas, que mueven, alguna no sea movida. Sin embargo, el mismo adversario ha reconocido que lo que no es movido, no mueve: luego si es posible que nada sea movido, es posible que nada mueva y que, en consecuencia, no haya movimiento. Ahora bien, Aristóteles sostiene la imposibilidad de que, en un momento cualquiera, no haya movimiento. Ocurre, pues, que nuestro punto de partida es inaceptable, que no puede suceder que alguna de las cosas que mueven no sea movida y que, en consecuencia, la proposición «todo lo que mueve es movido por otro», es verdadera con una verdad necesaria, no accidental.
La misma conclusión puede ser también demostrada por un recurso a la experiencia. Si dos propiedades están accidentalmente unidas en un sujeto, y si se puede encontrar una de ellas sin la otra, es probable que se pueda encontrar la otra sin aquella. Por ejemplo, si encontramos blanco y músico en Sócrates y Platón, y si podemos encontrar músico sin blanco, es probable que en algún otro sujeto podamos hallar blanco sin músico. Así, pues; si las propiedades de motor y de móvil están unidas en un sujeto por accidente, y si se encuentra en alguna parte la propiedad de ser movido sin encontrar la propiedad de mover, es probable que, en otra parte, pueda hallarse un motor que no sea movido.[19] La conclusión sobrepasa, además, el fin que aquí nos proponíamos alcanzar. Al demostrar que la proposición «todo lo que mueve es movido» no es verdadera de un modo accidental, demostramos al mismo tiempo que, si la relación que enlaza el motor al móvil fuera accidental, la posibilidad, o mejor la probabilidad de un primer motor se encontraría, por ello mismo, establecida.
La proposición «todo lo que mueve es movido», no es, por consiguiente, verdadera de modo accidental. ¿Es verdadera por sí misma?[20] Si es verdadera por sí misma, también resulta de ello una imposibilidad. Lo que mueve, en efecto, puede recibir un movimiento de la misma especie que el que da o un movimiento de especie diferente. Si es un movimiento de la misma especie, resultará que todo lo que altera será alterado, que todo lo que cure será curado, que todo lo que instruye será instruido, y esto bajo el mismo punto de vista y según una misma ciencia. Pero esto es algo imposible, pues si es necesario que el que instruye posea la ciencia, no es menos necesario que el que la aprende no la posea. Si, por otra parte, se trata de un movimiento que no sea de la misma especie, de tal suerte que lo que imprime un movimiento de alteración recibe un movimiento local, y que lo que mueve localmente recibe un movimiento de crecimiento, y así sucesivamente, resultará de ello, ya que los géneros y las especies de movimiento son un número finito, que será imposible ascender al infinito, y de este modo tendremos que encontrar un primer motor que no sea movido por ningún otro.
Se dirá tal vez que después de haber recorrido todos los géneros y especies de movimiento, hay que volver al primer género y cerrar el círculo, de tal suerte que si lo que mueve localmente era alterado, y si lo que altera había aumentado, lo que aumenta se encontraría, a su vez, movido localmente. Pero vendríamos a parar siempre a la misma consecuencia; lo que mueve según una cierta especie de movimiento, sería movido según la misma especie; la única diferencia estriba en que lo sería mediatamente en lugar de serlo inmediatamente. En uno y otro caso, la misma imposibilidad obliga a establecer un primer motor al que nada exterior ponga en movimiento.
La segunda demostración no está, sin embargo, terminada. De la existencia de un primer motor que no sea movido desde el exterior, no se sigue que existe un primer motor absolutamente inmóvil. Por esta razón Aristóteles especifica que la fórmula «un primer motor que no sea movido», es susceptible de un doble sentido. En primer lugar, puede significar un primer motor absolutamente inmóvil; pero si la tomamos en este sentido, mantenemos nuestra conclusión. También puede significar que este primer motor no recibe ningún movimiento del exterior, admitiendo, sin embargo, que puede moverse a sí mismo y que, en consecuencia, no es absolutamente inmóvil. Pero, ¿este ser que se mueve a sí mismo, es totalmente movido por la totalidad de un ser? En ese caso, volvemos a caer en las dificultades precedentes, a saber, que el mismo ser es el que instruye e instruido, en potencia y acto, a la vez y bajo el mismo punto de vista. ¿Diremos por el contrario que una parte de este ser es solamente motora, en tanto que la otra es únicamente movida? En tal caso, obtenemos nuestra conclusión: existe, al menos a título de parte, un motor que no es sino motor, es decir, que mueve sin ser movido.[21]
Aquí alcanzamos el último momento de esta larga investigación. La conclusión precedente establece como demostración que, en el primer motor al que nada exterior mueve, el principio motor es, él mismo, inmóvil. Todavía no se trata aquí más que de la parte motora, siendo ella misma inmóvil, de un ser que se mueve a sí mismo. Ahora bien, lo que se mueve a sí mismo, es movido por el deseo de alcanzar aquello hacia lo que se mueve. En este sentido, la parte motora del ser que se mueve a sí mismo es ella misma movida, si no desde fuera, al menos desde dentro por el deseo que tiene de lo deseable. Por el contrario, para ser deseado, lo deseable no tiene otra cosa que hacer sino ser lo que es. Si mueve en tanto que deseable, él mismo queda totalmente inmóvil, como un bello objeto hacia el que se mueve por sí mismo el que lo ve. De este modo, por encima de lo que se mueve a sí mismo por deseo, se encuentra el objeto que causa su deseo. Este objeto ocupa, pues, la cima en el orden de las cosas que se mueven, «pues el que desea es, por así decirlo, un motor movido, en cambio lo deseable es un motor que no es, de ningún modo, movido». Puesto que este supremo deseable es, de este modo, el origen primero de todo movimiento, es a él a quien hay que situar en el origen del devenir: «Debe haber, pues, por ello un primer motor separado, absolutamente inmóvil que es Dios».[22]
Tales son, en sus elementos esenciales, las demostraciones propuestas por la Contra Gentiles acerca de la existencia de un primer motor. En el pensamiento de Tomás de Aquino, la noción de primer motor inmóvil y la de Dios se confunden. En la Suma Teológica, considera que si se menciona el primer motor al que nada mueve, todos comprenderán que se trata de Dios.[23] Sin embargo, Santo Tomás no nos pide que recibamos esta conclusión como una pura y simple evidencia; tendremos de ella una completa demostración, al ver salir de la noción de un primer motor inmóvil todos aquellos atributos divinos que la razón humana puede alcanzar. El Compendio de Teología demuestra, a partir de este único principio, especialmente, la eternidad, la simplicidad, la aseidad, la unidad, y, en una palabra, todos los atributos que caracterizan para nosotros la esencia de Dios.[24]
Sin duda se habrá observado igualmente, en las demostraciones que preceden, la ausencia de toda alusión a un comienzo cualquiera del movimiento en el tiempo. La prueba no consiste en demostrar que el movimiento presente requiere una causa eficiente pasada que sería DIOS. De hecho, la palabra causa no es incluso mencionada, la prueba no habla sino de motores y movidos. La prueba se dirige simplemente a establecer que, en el universo actualmente dado, el movimiento que se da en la actualidad sería ininteligible sin un primer motor que, en el presente, y en cualquier sentido en el que sea motor, sea fuente de movimiento para todas las cosas. En otras palabras, la imposibilidad de un proceso infinito no se entiende como de un proceso al infinito en el tiempo, sino en el instante presente en el que consideramos el mundo. También se puede expresar este hecho diciendo que nada cambiaría en la estructura de la prueba si se admitiera la falsa hipótesis de la eternidad del movimiento. Santo Tomás lo sabe, y lo declara explícitamente.[25]
Si se admite con la fe cristiana que el mundo y el movimiento han tenido un comienzo en el tiempo, nos situamos en la posición más favorable que existe para demostrar la existencia de Dios. Pues si el mundo y el movimiento han tenido un comienzo, la necesidad de establecer una causa que haya producido el movimiento y el mundo, aparece por sí misma. Todo lo que se produce ex novo requiere, en efecto, una causa que sea el origen de esta novedad, pues nada puede hacerse pasar a sí mismo de la potencia al acto o del no-ser al ser. Así como una demostración de este género es fácil, cuando se supone la eternidad del mundo y del movimiento resulta difícil. Y, sin embargo, es a este modo de demostración, relativamente difícil y oscuro, al que vemos que Santo Tomás da la preferencia. Resulta que, en su pensamiento, una demostración de la existencia de Dios por la necesidad de un creador que haga aparecer en el tiempo el movimiento y todas las cosas, no sería nunca, desde el punto de vista estrictamente filosófico, una demostración exhaustiva.[26] Desde el punto de vista, de la simple razón, tal como veremos más adelante, no se podría probar que el mundo haya tenido un comienzo. En este punto, Tomás de Aquino se opone irreductiblemente a la opinión recibida y extiende hasta ese punto la fidelidad al peripatetismo. Demostrar la existencia de Dios ex suppositione novitatis mundi, sería, a fin de cuentas, hacer de la existencia de Dios una verdad de fe, subordinada a la creencia que otorgamos al relato del Génesis; ya no sería una verdad filosófica y probada, por razón demostrativa. Por el contrario, al demostrar la existencia de Dios en la hipótesis de un movimiento eterno, Santo Tomás la demuestra a fortiori para la hipótesis de un universo y de un movimiento que hubieran comenzado. Su prueba permanece, pues, filosóficamente inatacable y coherente con el conjunto de su doctrina.
Importa señalar finalmente por qué un proceso al infinito en el instante presente en el que consideramos el mundo sería un absurdo. Los movimientos sobre cuya serie razonamos aquí están jerárquicamente ordenados; todo lo que se mueve, en la hipótesis en la que se coloca la prueba por el primer motor, se mueve por una causa motora que le es superior y que, en consecuencia, es causa a la vez de su movimiento y de su potencia motora. Aquello de lo que la causa superior debe rendir cuenta, no es solamente del movimiento de un individuo de grado cualquiera, pues otro individuo del mismo grado bastaría para dar cuenta de ello -una piedra mueve una piedra-, sino del movimiento de la especie. Y, en efecto, si nos situamos en el interior mismo de la especie, descubriremos sin dificultad la razón suficiente de los individuos o de los movimientos que realizan, una vez dada la especie; pero cada causa motora, tomada en sí misma, no podría considerarse que es la fuente primera de su movimiento y el problema se planteará, del mismo modo, para todos los individuos de la especie considerada, ya que, para cada uno de ellos, la naturaleza que lo define es la de la especie. Por eso, es fuera de la especie y por encima de ella, donde hay que buscar necesariamente la razón suficiente de la eficacia de los individuos.[27] En consecuencia, o bien se supondrá que lo que recibe su naturaleza de ella es al mismo tiempo la causa y que, por consiguiente, es causa de sí mismo, lo que es absurdo, o bien se considerará que todo lo que obra en virtud de una naturaleza recibida no es más que una causa instrumental que debe reducirse a través de causas superiores a una causa primera: oportet omnes causas inferiores agentes reduci in causas superiores sicut instrumentales in primarias.[28] Ahora bien, en este sentido puede decirse que no solamente la serie ascendente de movimientos jerárquicamente ordenados no es infinita, sino incluso que sus términos no son muy numerosos: Videmus enim omnia quae moventur ah aliis moveri, inferiora quidem per superiora; sicut elementa per corpora caelestia, inferiora a superioribus aguntur.[29] La prueba por el primer motor no encuentra su pleno sentido sino en la hipótesis de un universo jerárquicamente ordenado.
De las cinco vías seguidas por Santo Tomás para demostrar la existencia de Dios, esta es la más célebre y la citada más a menudo. Por otra parte, no se puede dudar que el mismo Santo Tomás no le haya dado la preferencia. Su interpretación no es, sin embargo, de las más fáciles. A primera vista, no parece ser sino la repetición de un texto de Aristóteles. De hecho, no reproduce un texto de Aristóteles, pero construye la síntesis de los textos sacados de los libros VII y VIII de la Física, y del libro XI de la Metafísica. Al observarla más de cerca, se constata además que se compone de dos partes de longitud desigual: una, muy desarrollada, se apoya en los textos de la Física; la otra, muy breve, en un texto de la Metafísica. Si se comparan los contenidos de estas dos partes, se encuentra que son específicamente diferentes. El que utiliza la Física de Aristóteles conduce al lector a una conclusión que es, en efecto, de orden físico, o, más exactamente, de orden cosmográfico: la existencia de un primer motor que se mueve a sí mismo y, al moverse, causa el movimiento en todo el universo. Puesto que no está completamente inmóvil y separado, este primer motor no es Dios. El problema de la existencia de Dios no está, pues, directamente abordado más que en la segunda parte de la prueba, como un problema metafísico cuya solución es, en efecto, proporcionada por la Metafísica de Aristóteles. Santo Tomás acepta y reproduce esta solución con una notable fidelidad. El primer motor físico se mueve a sí mismo, en cuanto que desea a Dios; en lo que respecta a Dios, es completamente inmóvil y separado, puesto que mueve en tanto que deseado. ¿Cómo debemos interpretar, por nuestra parte, la prueba de Santo Tomás de Aquino por el movimiento? ¿Concluye la prueba, verdaderamente, en la existencia de un primer motor que no mueve sino en tanto que deseado, como hacía Aristóteles, o sobrepasa el plano del aristotelismo para alcanzar una primera causa eficiente del movimiento? Esperaremos a haber expuesto las otras cuatro demostraciones tomistas, para discutir este problema que volverá a plantearse a propósito de estas.
Bibliografía
1. Un opúsculo cómodo es: E. KREBS. Scholastische Texte. I. Thomas von Aquin. Texte zum Gottesbeweis, ausgewiihlt und chrono1ogisch geordnet, Bon, 1912. Los textos de las diversas pruebas tomistas son recogidos en él por orden cronológico. Acerca de las dificultades generales de interpretación de la doctrina, ver E. GILSON, Trois lecons sur le probleme de l'existence de Dieu. I, Le labyrinthe des Cinq Voies, en Divinitas, I (1961), 23-49. Del mismo autor, Prolégomenes a la Prima Via, en Arch. d'hist. doctr. et litt. du moyen age, 30 (1963), 57-30.
2. Sumo theol., 1, 2, 3, ad. Resp.
3. Phys., VIII, 5, 311 a, 4 y sigs.; Metaph., XII, 6, 1071 b,. 3 y sigs. Ver acerca de este punto, E. ROLFES, Die Gottesbewelse bei Thomas von Aqum und Aristoteles, 2.ed., Limburg, 1926, y los textos de Aristóteles agrupados y traducidos al latín, en R. ARNOU, S. J., De quinque viis sancti Thomae ad demonstrandam Dei existentiam, pp. 21-46.
4. Ver BAEUMKER, Witelo, p. 322 y sigs.
5. Guide tr. Munk, t. II, pp. 29-36; L.-G. LEVY, Maimonide, pp. 126-127. Los textos de Maimónides se encuentran cómodamente en R. ARNOU, S. J., op. Clt., pp. 73-79.
6. Sum. theol., 1, 2, 1, 3.a obj.
7. Moverse es simplemente cambiar, cualquiera que sea el orden de cambio de que pueda tratarse: “Quod autem se aliter habet nunc quam prius, movetur.” Cont. Gent., II, 33, ad Adhuc quandocumque.
8. S. WEBER, Der Gottesbeweis aus der Bewegung bei Thomas von Aqum auf semem Wortlaut untersucht, Freiburg-i, B., 1902.
9. Cf. ARISTÓTELES, Phys., VII, 1, 241b, 24-243 a 2; texto reproducido en R. ARNOU, op. cit., pp. 21-25.
10. Adoptamos el término sequitur, al parecernos non sequitur completamente inaceptable. Para esta controversia textual ver GRUNWALD, op. cit., p. 136 y notas, en las que se encontrarán todas las referencias necesarias. Por otra parte, es el término adoptado por la edición leonina, t. XIII, p. 31.
11. Cf. ARISTÓTELES, Phys., VII, 1, 242 a 4-15.
12. Cf. ARISTÓTELES, Phys., VIII, 4, 255 b, 29-256 a.
13. Cf. ARISTÓTELES, Phys., VIII, 5, 257 b, 7-12.
14. Cf. ARISTÓTELES, Phys., VII, 2, 242, b 5-15.
15. Cf. ARISTÓTELES, Phys., VII, 1, 242 a 16-31.
16. Cf. ARISTÓTELES, Phys., VI, 7, 237 b, 23-238 a 18.
17. Cf. ARISTÓTELES, Phys., VIII, 5, 256 a 4-256 b 3.
18. Cf. ARISTÓTELES, Phys., VIII, 5, 256 b 3-13.
19. Este argumento había sido utilizado por Maimónides, Guide des égarés, trad. Munk, II, p. 36, y por ALBERTO MAGNO, De caus et proc. universit., I, tr. 1, c. 7; ed. Jammy, t. V, p. 534 b, 535 a. Ver además, acerca de este punto y para los diversos ejemplos citados, BAEUMKER, Witelo, p. 326.
20. Cf. ARISTÓTELES, Phys., VIII, 5, 256 b 28-257 a 28.
21. Cf. ARISTÓTELES, Phys., VIII, 5, 257 a 258 b 9. Cf. Cont. Gent., I, 13, Quia vera hoc habito.
22. Cont. Gent., I, 13, Sed quia Deus. Cf. ARISTÓTELES, Metaph., XI, 7, 1072 a 19-1072 b 13. Reparar en la importante fórmula: “Quum enim omnis movens seipsum moveatur per appetitum.” Santo Tomás sigue tan fielmente a Aristóteles que él termina la primera vía en el primer motor inmóvil que mueve en cuanto deseado, así pues también en cuanto causa final, no en cuanto causa eficiente del movimiento.
23. Sum. theol., I, 2, 3, ad Resp.
24. Compendium theologiae, Pars 1, cap. 5-41. En el Contra Gentiles (1, 13, Quod autem necesse sit), Santo Tomás no establece la eternidad más que del primer motor que se mueve a sí mismo y esto desde el punto de vista de Aristóteles (secundum suam positionem), pero va de suyo que el primer motor inmóvil y separado es todavía más necesariamente eterno.
25. Cont. Gent., 1 13, Quorum primum est.
26. Santo Tomás no hace aquí sino seguir el ejemplo dado por Maimónides. Ver L. G. Lévy, Maïmonide, pp. 125-126.
27. Cont. Gent., III, 65, ad Item nullum particulare.
28. Cont. Gent., II, 21. Introducimos aquí la palabra causa, a ejemplo del mismo Santo Tomás, que la introduce (en Cont. Gent., I, 13, Secunda ratio) al definir la noción de motores y movidos ordenados (per ordinem). El término de instrumento es, por otra parte, el término técnico exacto para designar un motor intermediario, a la vez motor y movido: “Est enim ratio instrumenti quod sit movens motum” (ibid). Ver también el texto de Comment. in Phys., lib. VIII, cap. 5, lect. 9, que insiste sobre este punto: “Et hoc (scil. la imposibilidad de la regresión al infinito) magis manifestum est in instrumentis quam in mobilibus ordinatis, licet habeat eamdem veritatem, quia non quilíbet consideraret secundum movens esse instrumentum primi.” Y la profunda observación de Santo Tomás que descubre la fuente lógica de la doctrina. Sum. theol., ra, IIe, 1, 4, ad. 2m.
29. Comp. theol., I, 3. Cf. J. OWENS, The Conclusion of the prima vía, en The Modern Schoolman, 30 (1952/53), 33-53, 109121, 203-215.
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Glosario
metafísica:
Parte de la filosofía que se ocupa de lo que Aristóteles denominó Filosofía Primera, es decir: la ciencia que se ocupa del estudio del "ser en cuanto ser" y del estudio de los entes eternos e inmateriales (Motor Inmóvil). Aristóteles consideró dichos estudios como el objeto de la ciencia o saber supremo. En la medida en que para Aristóteles el ser es fundamentalmente sustancia, ésta se convertirá en el objeto principal de la metafísica.
acto:
Término introducido por Aristóteles para explicar el movimiento, en el contexto de la Física, y que volvemos a encontrar en la Metafísica como uno de los principios del ser. El acto, (enérgeia, entelécheia), es la realidad propia del ser y su principio. Se dice que un ser está "en acto" cuando posee su propia perfección respecto a lo que está "en potencia". Simplificando la cuestión, podemos decir que el acto remite a lo que una sustancia es ahora, por oposición a lo que puede ser en el futuro, a su capacidad de ser, a su ser "en potencia". Por ejemplo: un niño es un niño "en acto", pero es un hombre "en potencia": ahora es un niño, pero puede llegar a ser un hombre, si se dan las condiciones adecuadas para que se desarrolle su naturaleza.
potencia:
Capacidad de ser algo en el futuro, capacidad de llegar a ser algo que está comprendido en la esencia o naturaleza de la realidad que actualmente se es, según Aristóteles. Aristóteles entiende que la estructura metafísica materia/forma no es suficiente para dar cuenta del cambio, por lo que recurre a la estructura acto/potencia para poder explicarlo adecuadamente: si el acto representa lo que una sustancia es en un momento determinado, la potencia se refiere a una "capacidad de ser" en el futuro algo que actualmente no se es, por lo que la considera una forma relativa de no-ser. Algo que todavía no se es (ser en acto), puede llegar a ser (ser en potencia) si se dan las circunstancias adecuadas para el desarrollo de esa capacidad de ser propia de cada sustancia.
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Extraído de la primera parte del capítulo 2 "Las Pruebas de la Existencia de Dios" del libro El Tomismo. Introducción a la filosofía de Santo Tomás de Aquino de Etienne Gilson.