2.- Prueba por la causa eficiente
La segunda prueba de la existencia de Dios está tomada a partir de la noción de causa eficiente, ex ratione causae efficientis.[1] Su origen se encuentra en Aristóteles,[2] el cual declara imposible un proceso al infinito en uno cualquiera de los cuatro géneros de causas: material, motora, final o formal, y concluye que hay que remontarse siempre a un primer principio. No obstante, deben hacerse dos observaciones. En primer lugar, Aristóteles no habla ahí de causa eficiente, sino de causa motora, lo cual es curioso puesto que el texto es citado por Santo Tomás para justificar el paso de la causalidad motriz a la causalidad eficiente. Por otro lado, Aristóteles no deduce de ella inmediatamente la existencia de Dios. Avicena, por el contrario,[3] después Alain de Lille,[4] y finalmente Alberto Magno[5] utilizan la argumentación de Aristóteles con este fin. Entre las diversas formas que reviste la prueba en estos pensadores, la que le da Avicena es particularmente interesante, puesto que se aproxima mucho a la prueba tomista. Las semejanzas no son, sin embargo, de tal clase que no se pueda legítimamente suponer[6] que Santo Tomás la ha obtenido directamente mediante una profundización personal en el texto de Aristóteles. Puede abordarse, pues, su exposición.
Consideremos las cosas sensibles, único punto de partida posible para una demostración de la existencia de Dios. Constatamos en ellas un orden de causas eficientes. Por otra parte, no se encuentra, y no puede encontrarse un ser que sea causa eficiente de sí mismo. Al ser la causa necesariamente anterior a su efecto, un ser que fuera su propia causa eficiente debería ser anterior a sí mismo, lo que es imposible. Por otra parte, es imposible ascender al infinito en la serie de causas eficientes ordenadas. Hemos constatado, en efecto, que hay un orden de causas motoras, es decir, que están dispuestas de tal modo que la primera es causa de la segunda y esta de la última. Esta afirmación continúa siendo verdadera para las causas eficientes, tanto si se trata de una sola causa intermedia que une la primera a la última como si se trata de una pluralidad de causas intermedias. En los dos casos, cualquiera que sea el número de causas que median, es la causa primera la causa del último efecto, de tal modo que, si se suprime la primera causa, se suprime el efecto, y que, si no hay un primer término en las causas eficientes, no habrá ya ni intermedio ni último. Ahora bien, si hubiera una serie infinita de causas así ordenadas, no habría ni causas eficientes intermedias ni último efecto. Pero constatamos que en el mundo hay tales causas y tales efectos; es, pues, necesario establecer una causa eficiente primera, que todos llaman Dios.[7] El texto de la prueba en la Contra Gentiles es casi idéntico al de la Suma Teológica; las diferencias no residen sino en el modo de expresión: es, pues, inútil insistir en ello.
Conviene notar el estrecho parentesco que une la segunda prueba tomista de la existenicia de Dios con la primera; en uno y otro caso, la necesidad de un primer término encuentra su fundamento en la imposibilidad del proceso al infinito en una serie ordenada de causas y efectos. En ninguna parte como aquí se estaría más vivamente tentado a admitir la tesis recientemente propuesta de que hay, no cinco pruebas, sino una sola prueba de la existencia de Dios dividida en cinco partes.[8] Si se entiende por esto que las cinco vías de Santo Tomás se condicionan unas a otras --y se llega a presentar la prueba por el primer motor como una simple preparación de la siguiente prueba--, la conclusión es inaceptable.[9] Cada prueba se basta a sí misma, y esto es especialmente cierto en lo que respecta a la prueba por el primer ¡notar: prima et manifestior via. Sin embargo, es exacto afirmar que las cinco pruebas tomistas tienen una estructura idéntica, incluso que forman un todo y se completan recíprocamente; pues si una cualquiera de ellas basta para establecer que Dios existe, cada una toma su punto de partida en un orden de efectos diferente y, en consecuencia, ilumina un aspecto diferente de la causalidad divina. Mientras que la primera nos permite alcanzar a Dios como origen del movimiento cósmico y de todos los movimientos que de él dependen, la segunda nos permite alcanzarlo como causa de la existencia misma de las cosas. En un sistema de conocimiento que subordine respecto a la esencia divina la determinación del quid est a la del an est, la multiplicidad de las pruebas convergentes no podría ser considerada como un punto indiferente.
Finalmente, es necesario señalar que si la prueba por la causa eficiente se apoya, como la prueba por el primer motor, en la imposibilidad de un proceso al infinito en la serie de las causas, es porque, aquí también, las causas esencialmente ordenadas son causas jerarquicamente ordenadas en principales e instrumentales. Una serie infinita de causas del mismo grado es no solamente posible, sino incluso, en la hipótesis aristotélica de la eternidad del mundo, necesaria. Un hombre puede engendrar otro hombre, que, a su vez, engendra otro, y así sucesivamente al infinito; la razón de ello es que, en efecto, una serie de tal clase no tiene un orden causal interno, puesto que es en tanto que hombre y no en tanto que hijo de su padre como un hombre engendra a su vez. ¿Queremos encontrar, por el contrario, la causa de su forma en tanto que tal, la causa en virtud de la cual es hombre y capaz de engendrar? Esta ya no es, evidentemente, de su grado, sino que se descubrirá en un ser de grado superior, y lo mismo que este ser superior explica a la vez la existencia -y la causalidad de los seres que le son subordinados, su causalidad la recibe, a su vez, de un ser que le es superior. Por esta razón se impone la necesidad de un primer término: este primer término contiene, efectivamente, de modo virtual, la causalidad de la serie entera y de cada uno de los términos que la constituyen.[10] En la doctrina tomista, no hay más que una eficacia, la única fuente de eficacia para el mundo entero: nulla res dat esse nisi in quantum est in ea participatio divinae virtutis; y esta es la razón, también, por la que, tanto en el orden de las causas eficientes como en el de las causas motoras, es necesario detenerse en un supremo grado.
El origen histórico de esta segunda prueba nos ha sido indicado por Santo Tomás en su Contra Gentiles, cuya exposición se refiere explícitamente a la Metafísica de Aristóteles, libro 11. Incluso, se presenta como una prueba del mismo Aristóteles, para mostrar «que es imposible proceder al infinito en las causas eficientes, antes bien es preciso llegar en ella a una sola causa primera, la cual llamamos Dios». No obstante, como ya hemos dicho, si uno se dirige al pasaje al que Santo Tomás parece haber apuntado (Met., 11, 2, 994, a 1-19), se constató que allí no se hace directamente cuestión de la causa eficiente. Aristóteles demuestra en él que no se puede ascender al infinito en ninguno de los cuatro género de causas: material, motriz, final y formal, pero de la causa eficiente propiamente dicha no se hace mención. El problema que se nos planteaba a propósito de la causa motriz, se plantea aquí de nuevo con una urgencia todavía más apremiante: ¿Santo Tomás no hace sino seguir a Aristóteles o vuelve a tomar por su propia cuenta la serie de argumentos a los que aportará un sentido nuevo?
Bibliografía
1. Acerca de esta prueba consultar, A. ALBRECHT, Das Ursachgesetz und die erste Ursache bei Thomas von Aquin, en Philosoph. Jahrb., 33 Bd., 2 H, pp. 173-182. 2. Met., II, 2, 994, a 1. De Santo Tomás, II, 2 ed. Cathala, arto 299-300. Para 1'1. historia de esta prueba, ver BAEUMKER, Witelo, pp. 326-335. Cf. la importante nota de S. VAN DEN BERGH, en Die Epitome da Metaphysik des Averroes, Leiden, 1924, pp. 150-152. 3. Ver los textos en BAEUMKER, op. cit., pp. 328-330. 4. Ars fidei, Prol. P. L., t. CCX, pp. 598-600. 5. De causis et processu universitatis, 1, t. I, c. 7: ed. Jammy, t. V, p. 534. 6. Cf. GRUNWALD, op. cit., p. 151. 7. Sum. Theol., 1, 2, 3, ad Resp. 8. A. AUDIN, A proposito della dimostrazione tomistica dell' esistenza di Dio, en Rivista di filosofia neoscolast., IV, 1912, pp. 758-769. Ver la crítica de este artículo por H. KIRFEL, Gottesbeweis oder Gottesbeweise beim h1. Th. v. Aquin?, en Jahrb. f. Phil. u. spek. Theol., XXVII, 1913, pp. 451-460. 9. Se ha señalado incluso con razón lo que hay de empírico (en el sentido de no metafísicamente necesario) en la elección y el orden de las pruebas propuestas por Santo Tomás. Ver A. R. MOTTE, O. P., A propos des "cinq voies", en Revue des sciences philosophiques et théologiques, t. XXVII (1938), pp. 577-582. 10. Sum. Theol., 1, 46, 2, ad 7m, y 1, 104, 1. Cf.: "Quoq est secundum aliquam naturam tantum non potest esse simphclter illius naturae causa. Esset eniin sui ipsius causa. Potest autem esse causa illius naturae in hoc, sicut Plato est causa humanae naturae in Socrate, non autem simpliciter, eo quod ipse est creatus in humana natura". Cont. Gent., II, 21.
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Extraído de la segunda parte del capítulo 2 "Las Pruebas de la Existencia de Dios" del libro El Tomismo. Introducción a la filosofía de Santo Tomás de Aquino de Etienne Gilson